Monday, 14 April 2008

Soy de la raza calé


Imaginate que tenés catorce años y sos hija de un gitano traficante de caballos. Vivís en algún pueblo perdido de Andalucía, y el ricachón de turno –que te lleva por lo menos una decena de años por delante- se enamora de ti, (te compra?) y te casas con él.

A lo largo de tu vida te dará trece hijos, pero no importa mucho la cantidad de descendientes que proveas. El problema es la calidad: tu suegra nunca terminará de aceptar que la sangre gitana corra por las venas de sus nietos. Y te hará la vida imposible, por supuesto.

Tu callas, por respeto a tu marido. Pero en cuanto él muere, te da un subidón de venganza irrefrenable. Esperas -cual cazador a su presa- el momento más adecuado para atacar. Será el día del cumpleaños de tu suegra, el primero que pasará sin su hijo querido. Obviamente a ti no te han invitado, así que te decides por mandarle un regalo anónimo: una gran torta de chocolate que rellenas con tus excrementos y con toda la mierda que llegas a juntar en ese hogar tuyo que alberga a más de una docena de individuos. Bien disimulado todo, en el interior del bizcochuelo.

La que hizo semejante chocotorta era mi tatarabuela.
Genia.

2 comments:

Anonymous said...

ja! ¿es cierto? Si es así, quiero saber como sigue la historia, ¿la llegaron a probar?

Agusita said...

imposible saberlo: no quedan sobrevivientes de la anecdota