Wednesday, 7 May 2008

She rocks



La miré con cara de « no seas tonta » y volví a señalarle mi tarjeta francesa de grupo sanguíneo. Le mostré el « o+ » y le expliqué –porque al parecer no se quería enterar- que ese símbolo era lo mismo en todos los países.

Pero ella estaba encaprichada en ganar la pulseada y me dijo que iba a necesitar un examen de un laboratorio español para certificar que lo que yo decía era cierto. Que ella no se podía fiar de cualquiera. Que tenía una responsabilidad profesional. Que así se manejaba la seguridad social en este país y que no intentara cambiar las reglas del sistema porque no lo iba a lograr.

Así terminó mi primer encuentro con mi nueva médica de cabecera, y por lo tanto hoy al alba me tuve que ir al ambulatorio a realizarme una extracción.

Cuando llegué la fila daba la vuelta hasta la recepción y estaba formada en su gran mayoría por un público geronte (geronte-casi-muertito, para ser más exactos). Eran por lo menos media centena. Me puse detrás de una pareja de ancianos que no se soltaron de la mano ni medio segundo, y enseguida detrás de mí llegó una viejecita vestida de rosa confite con una sonrisa super angelical.

En un momento de la larga espera, la parejita decidió entablar conversación conmigo. Me contaron que la enfermera más joven era una bestia, que pinchaba en cualquier lado y que tenía fama de no encontrar las venas. Que hiciera todo lo posible por ser elegida por la otra, Mari Pili, que hacía el oficio desde hace más de veinte años y que era muy profesional: “ni te enteras de la aguja”, me dijo él con aliento a diente postizo.

“Es verdad”, agregó a mis espaldas la viejecita de rosa. “Mari Pili es la mejor”, confirmó con tono de abuelita amable, casi con una caricia sobre mi hombro.

En eso llegó un joven, con aire perdido, se detuvo al lado nuestro y preguntó “vosotros para qué estáis?”. Pero antes de que yo pudiera responderle, la viejecita de rosa se dio vuelta y ahora con un gesto de diablo le gritó: “Es que al final de la fila están regalando móviles, no te jode?!”.

El muchacho se quedó duro. Y yo ya estaba estupefacta cuando la escuché musitar su remate: “gilipollas!”.

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